no deja aviso ni despedida,
tan solo el frío de un adiós
que se cuela en cada esquina de la vida.
y la soledad tenaz y callada
invade el pecho como bruma,
como un huésped que no pide nada.
Uno se siente tan solo,
tan triste de no hallar sentido,
y en el silencio, uno presiente
que su abrazo ya es de otro abrigo.
Por eso busco, entre brazos nuevos,
la ternura que en ti no encontré,
intento armar un nuevo sueño
con retazos de lo que no fue.
Me dejaste con el alma hueca,
con un amor que nunca fue mío,
mi corazón cansado de guerra
se rindió al fin, al desvarío.
Y me refugio en la soledad
para no marcar tu nombre en la noche,
para no rogarte desde mi herida,
aunque mi alma terca se reproche:
¿Cómo podré olvidarte,
si en mí aún respira tu sombra?
De ese amor no queda nada,
entendí la lección , cuando dolía.
Qué triste es amar con todo el cuerpo
y descubrir que el otro fingía...
Te di todo lo que era,
y tú solo miraste hacia otro lado.
Jugaste a querer, pero sin alma;
hoy lo sé: nunca me habías amado.
Y aquí estoy, otra vez, con la soledad
como escudo y compañera,
repitiéndome en voz baja
para no llamarte, aunque me duela.
¿Y mi alma?
Mi alma se pregunta en secreto:
¿Cómo se olvida lo que fue honesto?
Te amé sin medida ni juicio,
te di todo el corazón abierto.
Y tú… te fuiste, burlando mi fe,
dejándome solo en el desierto.
Ese amor que yo te ofrecí
era limpio, sin dobleces ni miedo.
Tú lo arrojaste sin pensarlo,
como quien lanza al suelo un recuerdo.
Y me quedo, sí, con la soledad.
Para no buscarte.
Para no llamarte.
Para aprender aunque duela
a olvidarte.
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