que borró la luz de mis estrellas.
Yo te tejía vestidos de silencio,
para que el viento no revelara
las sangres de mis costuras.
“nada es culpa” mientras el vacío
se nutría de mis oraciones.
Yo defendía tu sombra,
hasta que la sombra me devoró.
Pero un día, un sol extranjero
me rozó la piel con su verdad.
Y fue raro, sí, sentir calor
en un cuerpo acostumbrado
a vestirse de cenizas.
Entonces recordé que el dolor
es un ladrón que roba recuerdos,
pero no puede con los huesos.
Me miré al espejo y la mujer
que vi ya no era tu esclava.
Hoy camino sin hacerse pequeña,
con la lealtad de quien aprendió
a no ser texto bajo tu tinta.
Tú te perdiste mi canción,
y yo me encontré en el silencio
que ahora es mi himno.
No lloraré por el jardín
que preferí regar con lágrimas.
Mis raíces ya crecen en fuego.
Y si miras atrás, verás
sólo el polvo de lo que fui:
una flor que abrió sus pétalos
cuando aprendió a ser su propio fruto.

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