un eco que no encuentra boca ni oído,
un pulso que se quiebra antes de ser latido,
y un horizonte que se desploma en su propio vacío.
cada paso se disuelve en un mar inmóvil,
y mis manos, cansadas de aferrarse al aire,
se rinden ante la certeza de lo inalcanzable.
El tiempo ya no corre: se arrastra,
se oxida en relojes sin manecillas,
y mi nombre, ese breve espejismo de identidad,
se disipa como humo en un cuarto cerrado.
Nada duele más que la ausencia de futuro,
esa grieta que no llora, que no grita,
solo se abre, interminable, en la carne del alma,
devorando, sin piedad, la última chispa de mañana.
