territorios que habitaba sin saberlo:
el refugio pequeño de tu hombro,
la frontera segura de tu voz al atardecer.
donde tu perfume era el aire mismo.
Cada esquina guarda un eco,
cada silencio es demasiado largo.
Me sorprendo buscándote en los mercados,
en el gesto ajeno de una mano que acomoda,
en la inclinación maternal de una cabeza
hacia un niño que tropieza.
Todo te parece y nada eres.
Las estaciones cambian sin consultarte,
el mundo insiste en continuar
como si fuera posible el movimiento
sin tu gravedad ordenando las cosas.
He aprendido que el cuerpo puede caminar
mientras el espíritu permanece arrodillado
ante la tumba de todas las conversaciones
que ya nunca sostendremos.
Pero algo tuyo persiste:
en mi forma de doblar la ropa,
en cierta terquedad ante la injusticia,
en la manera en que consuelo
con palabras que son las tuyas
saliendo de mi boca.
Eres la raíz invisible de mi árbol,
la razón por la que sigo siendo capaz
de florecer, aunque ya no estés aquí
para ver la primavera.

