cuando las palabras callan y solo el roce habla,
la intimidad se abre como un puerto escondido,
donde tu piel es océano y mi voz, barca temblorosa.
rutas invisibles que recorren mi aliento;
cada gesto es un idioma antiguo,
un murmullo que entiende el corazón antes que el oído.
Nos despojamos del mundo como de un abrigo pesado,
y quedamos desnudos de máscaras y dudas;
allí, en esa frágil verdad compartida,
brotamos enteros, sin miedo al abismo.
En tu mirada descubro el fuego que no consume,
la llama que no hiere, sino que protege;
y en ese abrazo que no necesita testigos,
la eternidad cabe en un instante sin nombre.
