esa guerra nunca existió.
Tú eras el laberinto donde yo me perdía,
pero el Minotauro llevaba mi rostro.
rebotaba en paredes de niebla,
volvía multiplicado
a atravesar mi propio pecho.
Porque luchar contra otro
es pelear con sombras en la pared,
mientras la vela que las proyecta
se consume en silencio.
Aprendí que el verdadero combate
no se libra en campos externos
se libra en el territorio olvidado
donde tu voz se volvió más fuerte que la mía.
Recuperé las llaves de mi propio reino,
ese país interior que había abandonado
para vivir como exiliado
en la promesa de tus tormentas.
No gané derrotándote:
gané cuando dejé de necesitar
que fueras diferente,
cuando solté el puño cerrado
y encontré mis manos vacías
y libres.
La verdadera conquista
fue desenterrar mi nombre
del cementerio donde lo había sepultado,
fue encender cada lámpara de mi casa
que había apagado por ti.
Volví a habitarme como santuario,
a celebrar la liturgia de mis propios pasos,
a descubrir que la paz
nunca fue un tratado contigo.
Fue un armisticio conmigo mismo.
"Gané la batalla para volver a mí."

