Bajo el roble anciano, tus manos tallaron mi sendero,
padre, abuelo, raíz profunda de un amor sincero.
Tu voz, un río de lecciones, fluye en mi alma callada,
un eco de siglos que guía mi barca en la marea alzada.
un eco de siglos que guía mi barca en la marea alzada.
En tus arrugas, un mapa de luchas y tiernas promesas,
cada surco un relato de fuerza que el tiempo no expresa.
Me enseñaste que el amor es un campo que se siembra en silencio,
un legado de sombra y sol, un refugio en el viento feroz.
Abuelo, tus ojos guardan estrellas de noches pasadas,
historias de guerra y paz en tu risa trasladas.
Padre, tu abrazo es el tronco que sostiene mi vuelo,
un puente de carne y hueso al cielo que no muere en el suelo.
La sabiduría no es oro, ni verso en papel escrito,
es tu paso firme, tu mirada que nunca ha sido vencido.
En cada consejo, un latido de eternidad se alumbra,
un amor que trasciende, que en mi ser siempre alumbra.
Que mis días sean ramas de tu árbol inmortal,
que lleve tu enseñanza como faro en mi moral.
Padre, abuelo, mi raíz, mi luz en la penumbra,
en tu amor hallé la fuerza, en tu voz, mi alma alumbra.
