En el silencio donde habita el llanto,
donde la noche se vuelve infinita,
mi alma camina descalza y marchita
sobre cristales rotos del encanto.
donde las palabras se deshacen en ceniza,
camino sobre vidrios rotos de
promesas que no fueron mías.
La soledad me abraza como un manto
de niebla fría que me asfixia,
y en el pecho solo palpita
el hueco de un amor quebrado.
Las palabras que nunca fueron dichas
se pudren en mi boca como flores,
y el tiempo abre en mi alma nuevas brechas.
Amé con la furia de los océanos,
entregué mi luz hasta quedar a oscuras,
y ahora camino por habitaciones
vacías donde aún resuenan risas muertas.
La soledad no es ausencia de gente,
es estar rodeado de cuerpos sin nombre,
es gritar en medio de la multitud
y que nadie escuche el temblor de tu voz.
El alma llora sin lágrimas,
con ese dolor que no se ve ni se toca,
que anida en lo profundo del pecho
y convierte el aire en piedra.
El desamor es un invierno perpetuo,
una casa sin ventanas ni puertas,
es despertar cada mañana
y recordar que ya no soy de nadie.
Cargo flores secas,
recuerdos que pesan como lápidas,
y en cada latido de mi corazón se abre una grieta.
Camino entre fantasmas y dolores,
arrastrando cadenas de desdichas,
buscando luz en patios sin colores.
Me he vuelto sombra de lo que he sido,
un barco sin ancla en mar de olvido,
donde el desamor clava su espina
y cada recuerdo me contamina.
¿Dónde quedó aquella que sonreía?
¿En qué momento se apagó la llama?
Solo queda este silencio ensordecedor
y la certeza de que el amor también muere.
Ya no quedan lágrimas que llorar,
solo este vacío sin fondo ni orilla,
esta sed de amor que no logra
calmar el alma rota que sangra.
Pero aquí sigo, respirando,
aunque el aire sepa a olvido,
cargando esta tristeza como un manto,
buscando la luz en medio del abismo.
Y aquí me quedo,
en este invierno eterno,
donde el corazón late por inercia,
esperando un milagro o que
la muerte venga y tenga clemencia.
