Se alzan las sombras como un coro sin alma,
y el reloj calla, lento,
devorando las horas que ya no son mías.
La nieve no cae afuera,
cae dentro,
sobre un campo seco donde creció la esperanza.
La mesa vacía habla en susurros,
el eco de risas muertas
se cuela entre las grietas del silencio,
y un abismo de miradas que nunca llegaron
se abre en cada rincón de esta noche sin fin.
El árbol parpadea,
sus luces son heridas que tiemblan,
cada esfera guarda el reflejo
de un rostro perdido en la bruma del ayer.
Son tres navidades,
tres lunas apagadas,
tres inviernos atrapados en un mismo poema.
La soledad es un lobo paciente,
me acecha,
me nombra,
me hace suya en cada brindis que no ocurre,
en cada abrazo que nunca llegó.
El tiempo no cura,
solo acumula las cicatrices
como copos que se hunden en la piel.
Y aquí estoy,
dentro de un reloj sin agujas,
mirando una estrella que no promete nada.
Pero en el fondo del vacío,
un eco resiste,
una sombra titila entre las cenizas.
Tal vez sea mi voz,
o tal vez el recuerdo,
ese único huésped que nunca abandona.
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