Moscú, no sé si estás hecha de piedra o de recuerdo,
si eres ciudad o herida dulce en mi costado.
Te nombro y se alzan cúpulas como faros en la bruma,
y vuelve la nieve a caer en mi lengua
como si aún tuviera veinte años.
cuando el idioma era una puerta cerrada
y el alma, un animal que buscaba abrigo.
Y sin embargo, tú, ciudad lejana,
me ofreciste tus luces como pan.
Recuerdo el humo de los trenes,
los pasos apurados sobre el hielo,
las voces que no entendía, pero que ya eran mías,
la amistad sin traducción posible,
la historia en cada esquina, viva y pesada.
Allí aprendí que el frío también calienta
cuando se comparte un sueño, una sopa, un poema.
Allí entendí que el tiempo no pasa igual
cuando se ama con la memoria encendida.
Moscú, bella y lejana, aún me habitas.
No en los mapas, sino en la forma
en que pienso, respiro, extraño.
A veces, en medio del ruido,
todavía escucho el silencio de tus inviernos.
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